Reflexiones desde Comarapa, Bolivia
No podía dormir. Llevo desde las cinco de la mañana (11 en España) dando vueltas en la cama y en mi cabeza, pensando en la segunda semana vivida en la comunidad de Astillero. Así que me he levantado, he quitado la ropa del tendedero, aquí ahora llueve y hace frío, me he calentado un poco de agua y me estoy tomando un cafetito calentito. He encendido el ordenador y me he puesto a escribir. Y quería compartir con vosotros la vivencia con los niños de esta comunidad campesina boliviana. He estado haciendo lo que el protagonista del libro que ya he terminado de leer, «El Corazón del árbol solitario», Kike el obispo camboyano de las sillas de ruedas, al acabar el día miraba todas las fotos que había realizado durante el día y recordaba cada momento vivido. Yo he estado viendo las mías, las de toda la semana y he recordado cada momento vivido y compartido cerca de los niños. Cada día al llegar a la escuelita a partir de las 8:15 más o menos, algunos después de haber andado hasta una hora atravesando las montañas, a más de dos mil metros de altura, cargados con su mochila y alguna naranja o frutilla (fresa) para compartirla con nosotros, nos buscan, nos saludan con algo de timidez algunos, nos abrazan, nos dicen «buen día hermanito» y ¿tú que haces?…… darles un abrazo bien fuerte, desearles un buen día, preguntarles como están y sonreír…con una sonrisa que llena toda tu cara.