Paraguay es país de colores vivos, de tierra rojiza y de sonidos que invitan a escuchar; a escucharse a uno mismo en un tiempo que parece transcurrir a otro ritmo, al son de la naturaleza y del sol. Horqueta, al norte de su región Oriental, cautiva con tan solo pasear por sus calles y conocer su gente. Son personas de ojos prudentes y corazones enormes que enamoran al mostrar poco a poco su gran interior. Y sus niños, la razón por la que Mireia y yo nos plantamos allí. Los menores tienen aquella esencia especial que nosotros perdimos por el camino en un descuido desafortunado. Cada uno de ellos nos reveló, sin darse cuenta, su propio mundo. Tan inmenso, tan lleno de deseos y de experiencias aún por vivir.
Un mes y medio es, quizás, escaso para conocer en profundidad la realidad de Horqueta, tan alejada de la nuestra. Pero es también suficiente para comprenderla y para aportar nuestro pequeño grano de arena. Y eso hicimos gracias a SED. Mi compañera y yo estuvimos en el centro abierto marista Mitãnguéra Rekove y en el comedor Ycuá Lucero echando una mano durante cinco semanas.
Mitãnguéra Rekove, bajo la máxima de Marcelino Champagnat “Para educar hay que amar”, ofrece a niños y niñas de hasta quince años un apoyo educativo, un espacio de juego y aprendizaje y una oportunidad para practicar hábitos higiénicos y de alimentación. Pero, sobre todo, Mitãnguéra es para ellos un lugar donde abrirse en confianza, donde descubrir sus talentos y donde disfrutar siendo únicamente lo que son: niños. Esto tan obvio es muchas veces complicado en sus entornos familiares y sociales.
Por otro lado, también estuvimos colaborando con las mamás del comedor del barrio Ycuá Lucero. Ellas cocinan el almuerzo para una gran cantidad de infantes del pueblo, algunos de ellos también alumnos en Mitãnguéra, para poder asegurarles, al menos, un plato de comida diario.
Ser partícipes de todo esto nos permitió adentrarnos en el contexto hasta tal punto de sentirnos parte de él. Fue una oportunidad para aportar ideas, para compartir y, sin lugar a dudas, fue una vivencia que supuso un crecimiento personal y una toma de consciencia únicos. Horqueta ocupará, a partir de ahora y por siempre, un lugar privilegiado en nuestros corazones.
Elisabet Queirós Fernández, voluntaria de SED en Paraguay