Voluntariado en familia: Experimentar la esperanza en el Mozambique profundo

Por Joana Rigato: www.setemargens.com (04/10/2025)

Con mi familia (mi marido y tres hijos, de catorce, trece y seis años), estuve en Mozambique este verano, en misión.

Por misión, entiendo el trabajo voluntario que realizamos, al servicio de una comunidad de hermanos maristas, en Nivava, una tierra perdida en la provincia de Zambézia (norte del país), donde se espera desde hace décadas la llegada de la corriente eléctrica, con la esperanza de que traiga consigo el desarrollo.

En Nivava no hay propiamente una aldea. Hay un diminuto mercado, con puestos de bambú, que los sábados se llenan de víveres. A unos diez minutos del mercado por el camino de tierra, hay una clínica, a la que llaman pomposamente «hospital», pero que solo tiene una enfermera y algunos técnicos de salud y que, como todo lo demás, funciona sin electricidad. A unos veinte minutos más a pie, hay una pequeña iglesia de bloques, llena de bancos que son troncos de madera colocados en el suelo. 

Entre ambos lugares se alza la torreta de Vodacom (compañía telefónica), que garantiza internet a quienes pueden comprar un móvil y –más importante y más difícil– pagar los datos para poder, al menos virtualmente, viajar a otros lugares y comunicarse con quienes están lejos. Fue esa torreta de 77 metros de altura, tan desproporcionada en un paisaje de árboles bajos y chozas, la que nos permitió, a lo largo del mes, comunicarnos diariamente con la familia y amigos, enviando fotos, vídeos y crónicas diarias –un lujo.

 
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Justo después de la torreta de Vodacom, se encuentra la bellísima escuela marista, el único edificio digno de ese nombre en toda la zona. En esa estructura, además de las siete aulas y la vivienda de la comunidad de hermanos, hay un depósito de agua conectado a un grifo exterior que, durante todo el día, llena los baldes que las mujeres traen sobre la cabeza. La comunidad tiene paneles solares que permiten bombear el agua del pozo al depósito. Y tenía un coche -pero lleva nueve meses averiado-, que durante años permitió trasladar, en situaciones de emergencia, a muchas personas de la zona al hospital de la villa de Alto Molócue, a unos quince kilómetros, donde pueden resolverse partos complicados y encontrarse antídotos para la mayoría de las picaduras de serpiente. En los maristas también hay saneamiento básico y agua –fría- canalizada, que proviene del depósito, aunque no cuando el cielo está muy nublado y los paneles no han bombeado suficiente agua para los baldes de las mujeres y las tuberías de la casa. Aun así, en Nivava, grifos y retretes solo existen en esta comunidad y en ningún otro lugar.

Tres horas para llegar a la escuela

Por el camino de tierra lleno de baches que va del mercado a la pequeña iglesia, se ven algunas casas de adobe y, en una de ellas, un cartel caído que dice «se vende gasolina»; en otra, unas sillas y un conjunto de productos para la venta diaria, como jabón, aguardiente y otros bienes de primera necesidad. A ambos lados del camino hay senderos de tierra que, entre la maleza, conducen a las chozas, zigzagueando por colinas y valles.

¿Cuál es el territorio exacto al que podemos llamar Nivava y que se diferencia de las demás zonas aledañas? Oficialmente, son unos 100 kilómetros cuadrados, donde viven unas trece mil personas. Pero no hay carteles que delimiten las distintas localidades contiguas y la verdad es que los niños que estudian en la escuela de los Maristas vienen de todas partes, llegando a caminar hasta tres horas para ir a clase.

Durante tres semanas, estuvimos apoyando, sobre todo, a los alumnos del 7º curso que no saben leer ni escribir. Son cerca de la mitad. Llegan desde las distintas escuelitas primarias de la región, donde muchos acaban por no aprender prácticamente nada en seis años. 

En clases de cien alumnos sentados en el suelo, con un profesor sin conocimientos pedagógicos y en un idioma –el portugués– que solo hablan en la escuela, siempre hay decenas que se quedan atrás. Y ahora, ante el contenido del 7º, que se imparte sin pausas, de forma meramente expositiva, en clases de Historia, Ciencias, Portugués, etc., estos alumnos pasan la mañana escuchando cosas ininteligibles y copiando de la pizarra signos que no logran descifrar en absoluto.

Y los Hermanos Maristas no pueden resolver esto, ya que los profesores de la escuela son contratados y pagados por el Estado, y están completamente desmotivados por haber sido destinados a una escuela rural del fin del mundo, como consecuencia de no haber rendido en algún otro trabajo anterior. Una receta para una indiferencia aún mayor ante alumnos que no tienen las bases mínimas para entender la materia.

11. Camino
19. Escola marista

“Quien no lee no es persona”

Durante estas semanas, nuestra tarea fue diagnosticar distintos niveles de dominio de lectura y escritura, separar a los alumnos y dividirnos entre distintos grupos (mi marido y yo, así como nuestros hijos mayores), para ofrecer una atención más adecuada y ajustada al nivel de cada grupo. Este apoyo lo realizamos durante las horas de la mañana dedicadas a lectura y escritura, mientras que por la tarde organizamos clases de alfabetización con los alumnos que más lo necesitaban del 7º curso (un grupo de unos setenta), durante dos horas extra. Fue complicado, porque los niños tenían hambre, y quedarse hasta las tres, habiendo salido de casa a las cinco de la mañana, requiere mucha motivación. Pero unos veinte alumnos perseveraron con muy pocas ausencias y, mordiendo unas cañas de azúcar para engañar al estómago vacío, persistieron en ese sueño de aprender, por fin, a leer.

“Quien no lee no es persona”, me dijo Fátima, de dieciséis años, mientras yo le explicaba las primeras sílabas (“B con A, BA”) y veía las enormes dificultades que tenía para retener la información y aplicarla en el ejercicio siguiente. Pero ella volvía y volvía todos los días. Hacía los deberes, a pesar de la falta de luz y de no entender bien qué pedía el ejercicio. Y a pesar de la diarrea persistente de su madre o de la malaria de su hermana, que algunos días le impedían -como hija mayor, ya llena de responsabilidades- ir a la escuela.

“Quien no lee no es persona”, dijo Fátima. Y probablemente era también lo que pensaban Bete y Naira, que no faltaron ni una sola vez a las clases de la tarde durante esas tres semanas, a quienes vimos sentadas en primera fila en el vídeo que el hermano Pascual nos mandó hace unos días. Dos profesores que formamos han estado dando continuidad al proyecto y pudimos comprobar, en ese precioso momento que nos trajo WhatsApp, que unos veinte alumnos siguen, tarde tras tarde, intentando aprender a leer.

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17. En la escuela

Lo que indigna es saber que esto les servirá de poco. No hay salidas profesionales para nadie en Nivava. La educación después del 11º curso -cuando termina la escuela de los Hermanos Maristas- se imparte en la villa de Alto Molócue, solo para los que tienen recursos, pueden pagar alojamiento en esa población o disponen de moto para llegar. Y, aun así, difícilmente aprenderán algo, ya que en el liceo hay hasta 180 alumnos por clase. Y si alguno de ellos consigue algún día estudiar en la ciudad, en la universidad, después tendrá que pagar una cantidad astronómica para empezar a trabajar, en un país extremadamente corrupto y dominado por organizaciones controladas casi siempre por miembros de Frelimo, el partido en el poder desde hace cincuenta años.

Según mis cálculos, quizás el 1% de los alumnos que conocí tenga posibilidad de, en el futuro, dedicarse a algo más que no sea solamente la agricultura de subsistencia, y así tener una vida mejor.

Por eso, los amigos a quienes les contamos todo esto preguntan: ¿pero para qué están allí los Hermanos Maristas? ¿Y de qué sirvió, al final, este mes de voluntariado? Y me da pena que la crudeza de las historias que cuento se confunda con desesperanza, porque no es eso lo que quiero transmitir.

12. En la escuela

Una relación humana genuina

Creo que los hermanos sí logran dar más herramientas a muchos alumnos y sacarlos un poco del aislamiento al que estarían condenados en esa región. Más allá de todos los que no consiguen escapar del analfabetismo, hay muchos otros que efectivamente aprenden algo y que entrenan el razonamiento, preparándose quizás para tomar mejores decisiones en el futuro.

Además, durante nuestra estancia, aquellos que realmente querían aprender a leer, después de años y años pasando desapercibidos, tuvieron la oportunidad de ser reconocidos, atendidos y, ahora, con los nuevos profesores que están continuando las clases, podrán efectivamente adquirir las capacidades que soñaban. ¿Es eso lo que les garantizará una vida mejor? Probablemente no, pero me gusta pensar que Naira y Bete, a quienes el hambre nunca desanimó para dejar de ir a estudiar, tuvieron la posibilidad de hacerlo.

Al igual que Jeremías, que era uno de los mejores de su clase y por eso no formaba parte del grupo de apoyo de la tarde, que un día se me acercó y me pidió en voz baja: “¿me enseñas a leer?”. Le pregunté: “pero, ¿no sabes leer?”. Y él respondió, casi susurrando: “poco”. Intuí en él la conciencia de lo que no sabía, el sentimiento de insuficiencia, las ganas de llegar más lejos. Y pasamos varias tardes juntos, en más horas extra. Y me consuela pensar que, en esos días, al menos, su curiosidad tuvo respuesta.

Aunque hubiese sido solo uno, este esfuerzo habría valido la pena, porque lo que hacemos tiene valor persona a persona, no en masa.

21. Juegos
30. En la escuela

Además, en un mundo actualmente tan desesperado –entre los locos que se sientan en los tronos del poder, los peligros de la Inteligencia Artificial, el pensamiento crítico y la empatía atrofiados, la idiotización frente a las pantallas, la polarización y el odio–, encontramos que en Nivava no había nada de eso. Había personas muy sencillas, dedicadas a su huerto y a sus chozas, viviendo al límite de la supervivencia, pero sin alienación. Allí, la humanidad estaba intacta y merecía que no se renunciara a ella. Lo digo sin idealismos, porque la conciencia de los Derechos Humanos tampoco ha llegado todavía al África profunda, sobre todo para las mujeres y niñas. Pero quizá precisamente por eso, y porque cada persona estaba abierta a una relación humana genuina, sentimos que todos los gestos, por poco que hayan servido para salir de la pobreza, tuvieron el significado de la Esperanza.

Quien esté interesado en una experiencia de voluntariado de este tipo, puede presentar su solicitud a los Programas de Voluntariado de los Maristas y la ONGD SED, como hicimos nosotros. Toda la información está disponible aquí

Joana Rigato, profesora de Filosofía.

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