Reflexiones desde Comarapa, Bolivia

No podía dormir. Llevo desde las cinco de la mañana (11 en España) dando vueltas en la cama y en mi cabeza, pensando en la segunda semana vivida en la comunidad de Astillero. Así que me he levantado, he quitado la ropa del tendedero, aquí ahora llueve y hace frío, me he calentado un poco de agua y me estoy tomando un cafetito calentito. He encendido el ordenador y me he puesto a escribir. Y quería compartir con vosotros la vivencia con los niños de esta comunidad campesina boliviana.

He estado haciendo lo que el protagonista del libro que ya he terminado de leer, «El Corazón del árbol solitario», Kike el obispo camboyano de las sillas de ruedas, al acabar el día miraba todas las fotos que había realizado durante el día y recordaba cada momento vivido. Yo he estado viendo las mías, las de toda la semana y he recordado cada momento vivido y compartido cerca de los niños.

Cada día al llegar a la escuelita a partir de las 8:15 más o menos, algunos después de haber andado hasta una hora atravesando las montañas, a más de dos mil metros de altura, cargados con su mochila y alguna naranja o frutilla (fresa) para compartirla con nosotros, nos buscan, nos saludan con algo de timidez algunos, nos abrazan, nos dicen «buen día hermanito» y ¿tú que haces?…… darles un abrazo bien fuerte, desearles un buen día, preguntarles como están y sonreír…con una sonrisa que llena toda tu cara.


Y por la tarde, unos pocos menos, alrededor de 16-18, vienen a los talleres que hemos montado para ellos. Y aquí me ves, haciendo manualidades con goma eva para realizar llaveros, con hilos para realizar pulseras (aquí le llaman manillas) o con vasos de plástico para realizar maracas, yo que difícilmente aprobaba en el colegio la asignatura que se llamaba entonces pretecnología (trabajos manuales). Aquí, armado de paciencia y rodeado de niños de entre 5 y 11 años y todos a la vez pidiéntode «yure» (fiso) goma eva, hilo, lapicero, tajador (sacapuntas) ……. y ¡¡todos a la vez!!! jajajaja.

Pero lo más maravilloso es sentir como, dentro de su timidez y de su poco contacto con personas ajenas a su reducido entrono familiar, se van acercando a tí, sin hablar, te cogen de la mano, se pegan a tí que estás sentado y dejan caer su cabeza en tu brazo, o te agarran de la pierna o de la chompa (jersey) y tu los miras… los abrazas…. y sientes algo que es indescriptible….me hace recordar los abrazos que les daba a mis hijos Javier y Blanca cuando eran pequeños.

Aún dentro de esa dureza que les ha tocado vivir, buscan con anhelo una caricia, un poco de ternura… que les haga recibir ese cariño que todo niño en el mundo debe recibir de sus padres. Yo se los doy, a diestro y siniestro, a tiempo y a destiempo, siendo consciente de que recibo mucho más de lo que doy. No saben ellos el bien que me hacen cuando siento sus manitas tocando las mías, o agarrándose a mis piernas, o sentándose a mi lado, muy cerca, sin mirarte directamente ( a veces no levantan la mirada del suelo) y simplemente te dicen «hermanito».

Creo que no merezco este regalo que una vez más Dios ha puesto delante de mi y solo me queda decir, como canta Vicente Morales Gómez, Brotes de Olivo, «Como te podré pagar tanto bien como me has hecho».

 

Javier García

Voluntario de SED en Bolivia

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