Creo que cualquier voluntariado te cambia, ya sea un voluntariado a corto o a largo plazo, en tu ciudad, o fuera de tu país. El hecho de donar tu tiempo, y de conocer otro tipo de realidades, no creo que pueda dejar indiferente a nadie. En mi caso, que soñaba desde pequeña con ir a África, el hecho de haber venido a Costa de Marfil, ha supuesto un antes y un después en mi vida. La ha cambiado. Le ha dado un vuelco. Para mí, enamorada de África antes de pisarla, la vida cobra un matiz distinto después de haber conocido algún rincón de este continente. Porque ahí es donde he estado y ahí es donde estoy, sólo en un país de la inmensa y cautivante África. Mi rincón particular durante los últimos años ha sido Korhogo, una ciudad al Norte de Costa de Marfil que me ha hecho enamorarme de esta zona del continente; además, durante este año tendré la suerte de poder descubrir otra parte del país, la ciudad de Bouaké en concreto, segunda ciudad de mayor tamaño del país, situada en la parte central del mismo.
Muchas veces me preguntan qué es lo que más me llama la atención de África, con qué me quedo de todo lo que he visto y vivido. Mi primera reacción a esa pregunta suele ser como la de un profesor que repite algo pacientemente a sus alumnos, respondiendo que aún no tengo la suerte de conocer toda África, ya que es un continente enorme, no un país, como desgraciada y erróneamente mucha gente piensa. Después, paso a reconocer que no soy capaz de hablar de una sola cosa. Porque todo aquí impresiona, todo es diferente, todo es nuevo, y el quedarse con un solo detalle se convierte en una laboriosa tarea. Hasta ahora. Si alguien me repitiera hoy esa pregunta, creo que sí sabría decir lo que más me llama la atención. Sus gentes. Más en concreto, sus mujeres.
Siempre me he considerado una admiradora de la mujer, de su capacidad de lucha, de su fortaleza, de su entrega, de su carácter dulce pero fuerte a la vez. Y aunque en los últimos años, desde mi primera visita a Costa, ese sentimiento no había hecho más que crecer, no ha sido hasta este verano cuando he alcanzado mi más absoluta admiración y respeto por ellas. Doy gracias a Dios por ser de un país y de una época que valora a sus mujeres, y que trata de llegar a esa igualdad tan esperada. Doy gracias porque he crecido valorando su figura, porque me han enseñado a ver que tienen uno de los trabajos más bonitos pero más duros, que son madres a la vez que amas de casa, que además de educar a sus hijos, trabajan, y que hay pocas cosas que no puedan hacer. Nos han enseñado a verlas casi como heroínas, y por eso doy gracias, sobre todo hoy. Sobre todo ahora que conozco mejor cómo viven tantas mujeres su día a día. Quizás se parezca a cómo solían vivir las mujeres hace décadas en nuestro país, pero como nuestra memoria es corta y sólo nos quedan relatos lejanos de esa época, poco conozco yo de esos días, y nada como vivirlo y verlo en primera persona para quedar impresionada.
Por un periodo de tiempo pude vivir como ellas. Aunque fue de manera temporal y bastante más light, ya que, por ejemplo, no tenía media docena de niños a mi cargo, marcó cada fibra de mi cuerpo y de mi ser. Para que se entienda mejor, dejadme contar todo el trabajo que conlleva la vida de una mujer marfileña media (siempre digo que no se puede generalizar, pero aunque éste es sólo un ejemplo y hay situaciones distintas, me atrevo a decir que ésta es una realidad para la gran mayoría de ellas, tanto marfileñas, como africanas). Muchas mujeres, la mayoría en estas tierras, trabajan en el campo durante toda la jornada, pero antes de ir a realizar esos costosos trabajos que las mantendrán agachadas y dobladas por la mitad durante todo el día, tienen que ir a coger agua cada día. Agua que utilizarán para cocinar, beber, limpiar los platos y cacharros varios, lavar la ropa, limpiar la casa y para lavarse toda la familia (familias que en muchas ocasiones incluyen primos, sobrinos o vecinos). Litros y litros de agua que tienen que ir a buscar a pozos comunitarios, a veces lejos, a veces, con suerte, cerca, para abastecer las necesidades de todas las personas que forman sus numerosas familias. Después de haber recogido esa agua tan valiosa, comenzará la larga tarea de cocinar para tantas personas, encendiendo primero el fuego de carbón y leña. Este gesto que puede parecer simple y que para ellas es innato, a mí ya se me antoja una ardua tarea, acordándome de las barbacoas con mis amigas, en las que tardábamos horas en encender el fuego, si es que lo conseguíamos y no teníamos que pedir socorro para que alguien nos ayudara. Una vez encendido el fuego, se dispondrán a preparar la comida y la cena, algo que no les llevará menos de 3 horas, porque además de hacerlo, lo hacen de manera muy elaborada y para muchos. Al volver a casa de sus trabajos varios llegará el momento de lavarse y lavar a los peques, de cenar y darles de cenar, de lavar los platos y cacharros y de acostarles. Además, todavía encuentran tiempo para lavar la ropa de toda la familia a golpe de nudillos (desgastados los míos después de lavar sólo mi ropa, los suyos, en cambio, ya acostumbrados), limpiar la casa, ir al mercado, cuidar de sus hijos, educarles, ir a la Iglesia o a la Mezquita… Todo eso sin contar los días de colegio, en los que tendrán que ir a dejar y a recoger a los más pequeños.
O sus días tienen más de 24 horas y sus cuerpos se recargan cual baterías por la noche, o yo no entiendo nada, porque de verdad que no sé de dónde sacan el tiempo, la fuerza y el arroje para hacer to-do-lo-que-ha-cen y para hacerlo encima con una sonrisa en la cara. Son duras, no se achantan, y su fuerza dura infinito. Ciertamente, son mujeres de hierro donde las haya.
¿Y quieren saber quién les ayuda a realizar todas estas tareas? Las niñas de la familia. Las que sacarán adelante al país. Las que cargan a sus hermanos pequeños cuando ellas mismas aún no levantan dos palmos del suelo. Las que en muchas ocasiones tienen que dejar las escuelas para ayudar a unas madres que no dan para más. Ellas son, por suerte o por desgracia, las futuras mujeres de hierro. Y si tengo que quedarme con algo, me quedo con ellas, las de ahora y las que vendrán, las verdaderas mujeres de hierro.
Lourdes Martínez Moreno
Voluntaria de SED en Costa de Marfil