Horqueta es una cuadrícula de casas, calles y árboles frondosos. Paraguas verdes que no solo dan sombra sino que atemperan el calor furioso que cae sin piedad sobre este norte paraguayo. A este pueblo grande llegaron hace ya varias décadas los maristas, empeñados, como siempre, en eso de educar. ¡Qué gran manía la de esta gente!
Por la mañana, a eso de las nueve, ya hervían las piedras de la plaza del pueblo. Al rato, varias docenas de adolescentes se reunían en los locales del colegio marista. A navegar. Sí, es el nombre del proyecto de pastoral, con tres años de seguimiento, de preparación, de formación, de ahondar en la experiencia de Dios no perdiendo nunca el contacto con la realidad más pobre de este Paraguay de grandes macroeconomías y de débiles microeconomías.
Y débiles, muy débiles son las situaciones de chicas como Deysi, Guadalupe, Adriana o Suleima. Vienen de lejos, de muy lejos, poblados perdidos, algunos en la frontera con Brasil, otros en mitad de ese Chaco que no existe para tantos paraguayos, ese inmenso territorio de dolor y escasez al oeste del río Paraguay. Ellas viven en el internado que construyó la png SED. Lo comenzaron los maristas y lo continúan las monjas de María Inmaculada. La hermana Elise, una peruana con cincuenta años de monja a sus espaldas, me habla de que hay que luchar en una sociedad machista, ruda y hondamente machista, por la educación, por la liberación de las mujeres a través de la educación. De ahí la importancia de estos internados. Y las chicas nos cuentan sus sueños, salir de las estancias semiesclavistas, estudiar, trabajar, llegar a algo. Un trabajo, un futuro, una vida….Ay, quién sabe. La hermana Elise me cuenta que a lo mejor ella no lo verá. Pero hay que seguir escribiendo educación en femenino y plural. No hay más remedio. Ese es el remedio.
por Ricardo Olmedo (TVE)