El año pasado viví mi primera experiencia de voluntariado internacional en Ciudad de Guatemala. La misma se desarrolló en la Escuela Marista y en el Centro Escolar Hermano Moisés Cisneros. Aquellos días dejaron una huella tan profunda que, en el momento en que me despedí, supe que no sería un adiós definitivo.

No volví porque me sintiera su heroína, nada de eso, el voluntariado no va de eso. Volví porque no podía dejar a medias un camino que ya habíamos comenzado juntos. Es como reencontrarte con alguien a quien quieres y saber que todavía queda mucho por compartir. Conocer sus rostros, sus historias y sus necesidades me ha permitido preparar actividades más concretas y significativas.

Este año regresé con la ilusión del primero, pero también con la experiencia que me permite ir más allá. He trabajado en talleres de lectoescritura, de redes sociales, animación a la lectura y la feria científica, entre otros. Pero, más allá de lo académico, lo más valioso ha sido poder escuchar sus inquietudes, recibir sus abrazos y compartir momentos que no caben en ninguna planificación.

Me siento afortunada de seguir poniendo pequeños granitos de arena y, sobre todo, de que este camino me haga tan feliz. Porque cuando uno vuelve a “su casa”, solo puede sentirse pleno. Y para mí, los Hermanos, las escuelas y este país son, sin duda, hogar.
