Soy Cristina Roldán, voluntaria de SED en el CTM de Talit, India, durante el verano de 2019. Casi un año después de la experiencia en Talit, me siento capaz para escribir un poquito sobre lo vivido allí.
Recuerdo el viaje de ida. Durante el primer vuelo conseguimos dormir bastante y estuvimos entretenidas jugando y viendo pelis. En el segundo vuelo… los nervios y las preguntas se apoderaron de mí. Preguntas tan simples como, ¿qué hago aquí…? que hasta ese momento no me había planteado.
Llega el momento de abrirse las puertas del aeropuerto para poner los pies sobre Calcuta. Ya sí que no hay marcha atrás. Comienza la aventura. Los dos hermanos, Jiji y Malagmei nos estaban esperando a las tres junto con las sisters. Recuerdo mucho calor…un calor que seguro no olvidaremos, calor que se pega a ti y no se separa hasta que vuelves a España; recuerdo caos pero dentro de su propio orden establecido; ruido, mucho ruido…claxon sonando continuamente y mucha gente hablando al mismo tiempo; muchas luces debido a la decoración de los camiones de allí…
Tras unas horas en la furgoneta, al fin llegamos al hostel. Un sitio que sin darnos cuenta ya se había convertido en nuestra casa desde el momento en que nos bajamos de la furgoneta. Algunos de los chicos nos esperaban para conocernos y ayudarnos con el equipaje. Todos callados, nos miraban con curiosidad y con una sonrisa en su rostro. En este momento aún no sabíamos lo que escondían estos niños, pero tardamos poco tiempo en saberlo. Aquello que escondían es algo que por mucho que quiera explicar hay que vivirlo. Chicos serviciales, trabajadores, respetuosos, atentos, alegres…con edades entre 7 y 17 años, capaces de hacer todo lo que se propongan, sin miedo a intentarlo. Cincuenta y pocos niños que, sin duda, fueron (y son) nuestro regalo en la India junto a los tres Hermanos Maristas.
Durante nuestra estancia allí nos dimos cuenta de que esos niños no nos necesitan, se valen por sí mismos pese a su edad tan temprana. Cada día se organizan entre ellos y se reparten las diferentes tareas de la casa. Cada uno tiene un rol. Tienen su propio huerto el cual cuidan de un modo asombroso, lavan cada día su ropa en la pila que tienen y la dejan mil veces mejor que nosotras, ayudan diariamente a la cocinera a preparar su comida, lavan las cosas después de comer, tienden la ropa y están atentos de la lluvia para quitarla y evitar que se moje de nuevo…
Ropa tendida… algo simple que hacemos en nuestro día a día y que en ellos lleva muchos valores detrás, ese ser trabajadores y atentos como dije al comienzo. Me recuerdan al cuento de la cigarra y la hormiga, donde estos niños, obviamente, son las hormiguitas.
Como niños que son, también tienen momentos de jugar y pasarlo bien. Algunas tardes dedican un rato a jugar al fútbol en grupos en el gran campo de césped que hay en la parte de atrás de la casa. Y, cada noche después de cenar tienen una hora de ocio donde juegan por grupitos pequeños a diferentes juegos: cartas, “crawbard” (típico juego de allí), cricket… Sin duda, una de las imágenes más bonitas que guardo en mi cabeza era verles jugar cada noche junto a los 3 Hermanos Maristas. Juegos de los que aún no nos hemos enterado de las normas porque las cambiaban cada día.. jaja
De la comida decir que todo estaba riquísimo y que comíamos mucho pero eso sí… pique y más pique. Yo creo que nuestros estómagos aún no se han recuperado.
Todo lo celebran con bailes y así fueron nuestra bienvenida y nuestra despedida de la India. Llevan el ritmo en la sangre.
Todos los momentos que hemos vivido están marcados por los ventiladores de techo que son algo muy característico de allí. Y… ¡benditos ventiladores! jeje.
Es increíble cómo se acostumbra tu mente de un segundo a otro. El primer viaje por carretera fue cuando nos recogieron del aeropuerto, íbamos algo “asustadas” porque las normas de tráfico no se parecen para nada a las nuestras… Conforme pasaban los días, ir por carretera era disfrutar viendo todo lo que había alrededor, sin prestar atención a los coches, buses o diferentes transportes que teníamos a un milímetro de nosotros. Pero, sin duda, el primer viaje en tren no lo cambio por nada, eso sí que era caos y risas aseguradas.
Nunca pensé que ir a un museo donde apenas entendíamos nada nos gustaría tanto. El truco estaba en que los museos eran los únicos sitios donde podíamos disfrutar del aire acondicionado.
Durante nuestra estancia allí, tuvimos la oportunidad de conocer a tres aspirantes a Hermanos Maristas con lo que tuvimos la suerte de compartir parte de nuestra experiencia. Ahora, están en Filipinas formándose para ser miembros de esta congregación a la que tanto queremos.
No puedo olvidarme de Calcuta. Una visita de apenas 3 días pero muy intensa. Solo puedo decir que ojalá todo el mundo tuviera la oportunidad de conocer alguna vez esta ciudad llena de rincones, historias, miradas, olores, ruidos, personas y más personas,…Aquí aprendí la expresión ¡bendito caos! Y así es. En Calcuta, al igual que en Talit, detrás de todo ese caos me encontré hospitalidad, cariño, acogida, ganas de conocer… y, sobre todo, ganas a aprender más sobre su cultura.
En nuestra estancia en la India nos dimos cuenta de lo que significa ESTAR y eso lo hemos aprendido gracias a la gente con la que vivimos durante ese mes de agosto: hermanos, niños, postulantes, sisters, gente de la aldea y alrededores… Al principio íbamos con ganas de hacer mil cosas y con prisas y al poco tiempo fuimos conscientes de lo importante que es estar y dejar de hacer. Un CTM de convivir, de escuchar, de pensar y pararse en lo verdaderamente importante. Eso ha sido Talit para mí.
Doy gracias a Dios por haber puesto en mi camino a todas y cada una de estas personas. Antes de ir a la India pensaba que ellos, en especial los niños, nos necesitaban a nosotras, pero ahora sé que no, que somos nosotras quiénes los necesitamos a ellos. Cuando pienso en gente auténtica, pienso en todos ellos. Son tal y como se muestran, transparentes. Y no puedo evitar decir que estoy enamorada de mi experiencia en Talit. Y, especialmente, enamorada de la vida de los hermanos que viven con estos niños para hacer que sus vidas sean algo más “fácil”.
Y sí, claro que echo de menos muchos de los momentos vividos con ellos: oraciones con la comunidad, paseos en bici rodeadas de vacas y cabras, pitidos de camiones, ir todo el día descalza, bailes de los niños, la comida y su pique, el descubrimiento del mango y la papaya, saltar en los charcos después de haber llovido, jugar con ellos, reírnos… Y muchas cosas más que sería imposible enumerar. Pero lo que más voy a echar de menos es no poder volver este año debido a la pandemia mundial que está sucediendo… y tener que esperar un año más para, si Dios quiere, volver a repetir esta gran experiencia.
Termino con la última frase que dijo uno de los niños al despedirnos de ellos en nuestro regreso a España: “No lloréis porque hemos sido felices de teneros aquí, nos vemos el próximo año”. Una pequeña muestra de lo especiales que son estas pequeñas personitas.
Una vez más, sobran las palabras.
Cristina Roldán | Voluntaria de SED