Sabor a felicidad
Entre polvo y hojas secas finalizamos la jornada del domingo sentadas debajo de un porche que ya hemos hecho nuestro. El sol zambiano se pone de color rojo mientras mentalmente repasamos nuestra primera semana de aterrizaje en la comunidad de Mulunghusi, Zambia, que nos acoge. Escuchamos al hermano Mansoa arrastrar los pies por el corredor. A las seis y media se cena y en un baile de sobra conocido nos vamos incorporando para acompañarle en torno a la mesa. La jornada diaria transcurre con lentitud, el “ritmo zambiano” lo llaman. No tenemos nunca claro si somos nosotras las que llegamos antes o aquí el tiempo se ralentiza.