¿Cómo es un día en el Centro Escolar Hermano Moisés Cisneros?

Nuestro día a día en el Centro Escolar Hermano Moisés Cisneros comenzaba temprano, a las 6:30 de la mañana, un poco antes de lo que estábamos acostumbradas en España. El desayuno lo compartíamos con los Hermanos Maristas, quienes se convirtieron en una familia para nosotras. Su dedicación y el trabajo diario que hacen por los demás, especialmente por los jóvenes y niños, nos inspiraron profundamente. Después de desayunar y asegurarnos de llevar todo lo necesario, emprendíamos el camino hacia la escuela, cruzando por caminos de tierra por los que tienen que ir los niños andando o en autobús cada día.

Al llegar a la escuela, los niños de Preparatoria (Ed. infantil en España) que se situaban en la primera clase de la escuela, ya estaban esperándonos para saludarnos con entusiasmo. Nos reuníamos con Iris, la directora del centro, quien nos actualizaba sobre las actividades del día y nos daba la oportunidad de proponer nuevas ideas. Sofía ha ayudado a los niños escribir cartas para sus padrinos, Celia ha realizado una animación a la lectura de su cuento «Coco, ¡no te comas el coco!», y hemos preparado bailes para eventos especiales como el Día de la Familia Marista. También organizamos talleres de pulseras y apoyamos a los profesores en clases de matemáticas, además de trabajar con los niños en actividades de lectoescritura. Durante el recreo, jugábamos con ellos a distintos juegos que tanto ellos como nosotras proponíamos, creando momentos inolvidables de risas y diversión.

A las 12 del mediodía, les esperábamos en la salida de la escuela para despedirnos de cada uno de los niños.
Algunos se marchaban caminando, otros en autobús y unos pocos en transporte propio. Al terminar el día, regresábamos a casa con la mente ya puesta en lo que nos esperaría al día siguiente. Sin embargo, hubo un día especial que rompió la rutina: el último día. En esa jornada, nos reunimos con varias familias, preparamos una refacción especial para los niños y organizamos una celebración en la cancha, donde todos los niños bailaron y nos despedimos de cada uno de ellos con un gran abrazo entre lágrimas. Todos esos niños formarán parte de nuestro corazón en nuestro caminar de la vida. Ese cierre fue el broche de oro a una experiencia llena de significado y emociones para nosotras.

No solo ellos han aprendido de nosotras, sino que también nos han enseñado valiosas lecciones de resiliencia y solidaridad. Cada día fue una oportunidad de aprendizaje mutuo, y colaborar con personas tan dedicadas nos permitió valorar aún más el poder de la educación, herramienta esencial la cual deberíamos tener todos acceso a ella sin ser un privilegio. Este voluntariado ha marcado nuestra vida, no solo por el crecimiento personal que nos ha ofrecido, sino también por cambiar nuestra manera de ver el mundo. Sin duda, en la escuela, los niños aprenden siendo felices, ya que, para los maestros, alumnos, familias y voluntarios, más que una escuela, es CASA. El voluntariado no termina aquí en Guatemala. Somos testimonio vivo y ahora nos espera la labor de transmitir lo vivido.

Os queremos y os extrañamos,
Celia y Sofía

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