El voluntariado de la escucha
Las dos Marías, mis compañeras de campo-misión, y yo la conocimos la primera mañana de nuestra estancia en la comunidad. Habíamos llegado apenas un rato antes disfrutando de un viaje panorámico en lo alto del camión de un vecino, que nos había venido a recoger a Comarapa, la ciudad en la que los hermanos llevan presentes más de 50 años ocupados en la educación de los niños/as y jóvenes. Tardamos cerca de una hora y cuarto en recorrer los aproximadamente 60 km de distancia, pasando de los 1800 m.s.n.m a cerca de los 3000 m.s.n.m. Allí viven unas 50 familias en viviendas diseminadas, sin más servicios comunes que la escuelita, la capilla y la sala donde se reúne el sindicato. Estábamos a finales del mes de julio, uno de los meses de invierno en el país. Las familias de la zona se dedican a las tareas del campo, siendo la papa y la frutilla sus productos estrella. Las vacaciones escolares de invierno, que se habían alargado más de la cuenta por el frío, habían pasado, y los niños y niñas habían vuelto a la escuelita donde dos profesores atienden a todos los cursos desde la etapa inicial (4-5 años) hasta el último curso de primaria (6-12 años). Como pueden deducir, en el entorno rural de Bolivia queda mucho por hacer para dar por cumplido ese Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) que habla de una educación de calidad para los niños y niñas de todos los países del mundo. El país,