Archivooctubre 2023

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Mozambique: Salvar una estrella de mar
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Con el corazón en la mano

Mozambique: Salvar una estrella de mar

“No vais a cambiar el mundo”. En la primera reunión de preparación para los Campos de Trabajo-Misión (CTM), después de preguntarnos cómo nos sentíamos y qué esperábamos al participar en los CTM, esta fue una de las frases iniciales que escuchamos.

Mi deseo siempre fue ayudar, ser útil. No soy megalómano, ni mucho menos inconsciente… y en ningún momento me había propuesto “cambiar el mundo”, pero aún así, confieso que me resultó difícil digerir esas palabras realistas. Intenté racionalizar, me vino a la mente el dicho de que es posible cambiar el mundo una persona cada vez, pero eso tampoco me satisfizo. El mensaje siguió flotando en el aire y preocupándome, porque a pesar de todo lo que podía ambicionar racionalmente, ¿por qué estaba allí si no era para “cambiar el mundo”?

Al día siguiente escuché la historia de la niña y las estrellas de mar: “Un hombre salió a pasear por la playa y se entristeció al darse cuenta de que la marea había llevado miles de estrellas de mar a la arena, que morirían, porque sabía que solo pueden vivir unos minutos fuera del agua. Poco después, vio a una niña muy ocupada devolviendo estrellas al agua. El hombre, compadeciéndose, le dijo: ‘Pero, ¿no te das cuenta de que hay miles de estrellas en la arena? Por más rápido que vayas, nunca podrás salvarlas todas… Tu esfuerzo no tiene sentido’. La niña se agachó, recogió la estrella que estaba a sus pies y la lanzó con fuerza al mar: ‘Para esta sí tuvo sentido’.”

Me reconcilié con la razón. Mi objetivo no era “cambiar el mundo” -nunca lo había sido-, sino “salvar una estrella de mar”, tener un impacto positivo y duradero en alguien.

En Mozambique, entre otras cosas, ayudé a proporcionar acceso a Internet a la escuela de Manhiça y traté de dinamizar a la comunidad escolar (profesores y estudiantes) para que pudieran beneficiarse de esta oportunidad. En este contexto, preparé una clase sobre emprendimiento para los estudiantes del último año de Secundaria y los dos cursos de Bachillerato. Básicamente, presenté algunas imágenes compiladas de la serie “La odisea de la especie”, que mostraba los hitos más significativos en la evolución de la especie humana, a los que llamé “Una historia de emprendimiento”.

También intenté desmitificar algunos conceptos erróneos sobre el emprendimiento. Todo con el objetivo de transmitir el mensaje de que emprender es percibir lo que no está “bien” en nuestra vida, en nuestra escuela o empresa, en nuestra sociedad y, en lugar de quejarnos solamente, emprender es hacer realidad el cambio que consideramos necesario. Emprender es una forma inquieta de ver y vivir el mundo.

En estas sesiones, presentaba el proyecto de proporcionar acceso a Internet a los profesores y estudiantes de la escuela para ayudarles a reflexionar y concluir que ser emprendedor es aprovechar esta oportunidad para conectarnos con el mundo, crecer en habilidades y, con ello, aumentar las posibilidades de nuestro camino.

En muchas sesiones, los estudiantes respondieron muy bien, participaron de manera muy comprometida y sacaron conclusiones más allá de lo que había esperado. Por ejemplo, una niña dijo que “emprender es evolucionar”; un estudiante afirmó que lo que diferencia a un mozambiqueño con acceso a Internet de un joven en cualquier otro lugar del mundo es simplemente lo que cada uno quiere aprender.

Sin embargo, en una de las sesiones, la clase estaba particularmente indisciplinada y, a pesar de mis esfuerzos por engancharlos, terminé con la sensación de no haber transmitido el mensaje. Mientras observaba a los estudiantes salir del aula, un niño se acercó a mí y, en tono confidencial, me dijo: “Usted me ha abierto horizontes”. Se lo agradecí diciendo: “No sabe cuánto bien me hace escuchar eso”. Después de todo, el mensaje había llegado, al menos para un niño, era una “estrella de mar”…

Rogério Ferreira do Ó | Voluntario en Mozambique

Con el corazón en la mano

Así nos recibieron todos, los hermanos de la comunidad, los niños y los educadores del Centro “Sfantul Marcelin Champanat” .

Desde la llegada al aeropuerto de Bucarest el día 30 de julio, hasta el 24 de agosto que uno de los hermanos nos dejó en el mismo aeropuerto de vuelta a casa, nos han acompañado, abrazado y cuidado. Pero lo más importante es que han despertado nuestra conciencia adormilada al darnos la oportunidad de vivir una realidad tan diferente a la nuestra.

En la formación previa, algo que agradecí mucho, aprendí que “el día a día” marcaría el ritmo del CTM y que era tan  importante el “estar” como el “hacer”. Y ese fue justamente el ritmo allí, lo que cada día traía y el estar al lado de todos y todas, compartiendo todas las cosas ordinarias (que allí parecían extraordinarias), vivir con ellos y para ellos (niños/as y hermanos).

Cada día fue diferente, pero todos muy intensos mezclados de rutinas y emociones fuertes. Actividades de trabajo pocas: tareas domésticas en colaboración con los hermanos dentro de la comunidad y pulseras solidarias con los niños que me ayudaron mucho a conectar con ellos.

Acompañamiento continuo y una convivencia profunda llena de cariño por todas partes que han conseguido sentirme de la familia, familia de todos: niños, hermanos, voluntaria Esmeralda y los educadores que he conocido.

Una nota de mi diario del día 22-09-23 dice:

Siento ganas de volver a España pero, creo que también podría quedarme aquí para siempre. Siento que cada día ha traído UN FIN y que detrás de todo esto está DIOS.

Es la primera vez en mi vida que he estado tanto tiempo fuera de casa y siento que esta experiencia ha sido un regalo de Dios.

 

Vicenta Rodríguez Aparicio | Voluntaria Rumanía 2023

 

 

 

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